21 de noviembre de 2012

Infanticidio




Mueren uno, y otro, y otro más. Los pulverizan las bombas que caen por centenares, aquí y allá, todo el tiempo. El ritmo vibrante del corazón de estreno de un bebé de 18 meses se detiene. No más. 

Como él, muchos otros caen en Gaza. Todos los días. Reportes de agencias europeas dicen que sólo el domingo murieron diez niños.

Del otro lado del mundo, el mismo domingo en un parque de 
 Caracas, o de Buenos Aires, o de Quito, o de Bogotá, miles de niños laten y laten, corren, gritan, viven. Sus padres vigilan desde cerca y saben que, al final del día, volverán con ellos a casa. Los abrazarán, los dormirán hasta mañana.

Pero... mañana no existe en Gaza. La bomba que hoy no mató al sobreviviente lo matará mañana. O pasado. Como en las cámaras de gas que mataron a los abuelos de los que ahora pulverizan niños. En Auschwitz tampoco había mañana.

Pero... en enero de 1945 el Ejército Rojo llegó a Auschwitz y liberó a los pocos que quedaban. A los sobrevivientes que vivirían para contar la historia. La historia que estremeció y estremece a generaciones.

Pero... casi setenta años después no hay soviéticos, ni rusos, ni "americanos". Abandonados a su suerte por la comunidad internacional, allí están los niños de Gaza. Sin mañana.

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